domingo, 17 de abril de 2011

Todos son culpables

Las consecuencias de Fukushima son enormes y mundiales. En Japón, porque ha visto cómo 50 países restringían la importación por miedo a la radiación, porque hay extranjeros que se han marchado y porque Japón recibirá menos turistas. Además, un tercio de la generación eléctrica del país está parada (las nucleares del norte no han vuelto a arrancar), lo que ha causado apagones y problemas en todo el mundo: las grandes compañías de automóviles como Toyota, Nissan y Honda tienen problemas de suministro en sus plantas de Europa y EE UU.
Eso en un país con kilómetros y kilómetros de costa arrasados por un tsunami que dejó más de 13.000 muertos y 15.000 desaparecidos. Un mes después, en Ishinomaki, al noreste, aún huele a polvo y a basura. Más de la mitad de esta ciudad de más de 150.000 habitantes quedó inundada por la ola. "Hasta aquí llegó", explica el empleado de un restaurante señalando una marca por encima de la cintura. Saca un metro y mide: la ola tenía 1,24 metros de altura. Y eso que el mar ni se divisa desde este punto. La ciudad sigue sin apenas electricidad ni agua.
El resto del mundo tampoco se libra de la sombra de Fukushima. Las centrales nucleares de toda Europa pasarán nuevas pruebas y hay países como Italia que han abandonado su programa atómico. El sistema energético está tan relacionado que el precio del CO2 ha subido en Europa debido a que Alemania va a aumentar sus emisiones al cerrar las plantas más viejas. Eso es solo el principio. Desmantelar Fukushima llevará más de diez años. El nombre perdurará durante décadas.
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